sábado, 23 de junio de 2012

Ponga un plan en su vida... y en su centro escolar

Las distintas administraciones educativas han legislado, en los últimos años, acerca de la prescripción de planes educativos de diversa índole. Estos planes, de obligada redacción, quieren ser una estrategia de innovación (al menos, eso afirma la letra de la norma). Constituyen unos documentos para la adopción de medidas que afectan a la calidad de la enseñanza. A continuación, repasaremos qué se ha hecho en este sentido y si ha servido para, efectivamente, mejorar la calidad de nuestro sistema educativo.
Como en otras ocasiones, me referiré más a la realidad legislativa valenciana, que es la que conozco. Han sido muchos los planes que se han solicitado en los últimos diez años: plan de acogida para el alumnado recién llegado, plan de convivencia, plan de normalización lingüística, plan de mejora de resultados de la evaluación diagnóstica, y más recientemente, plan de fomento de la lectura y plan de coordinación de los CEIP con los IES para facilitar el paso de primaria a secundaria. Y probablemente me dejaré alguno.
Haciendo un poco de memoria, en el caso valenciano, en la mitad de la década pasada se pidió a todos los centros un plan de acogida para alumnos inmigrantes. Muchos colegios e institutos ya habían elaborado, a partir de materiales que circulaban en la red, o que se obtenían en jornadas de atención a la diversidad, planes propios que organizaban, de manera más o menos sistemática, la atención a los recién llegados, así como la asignación de recursos humanos y materiales a dicha tarea. Todos los centros confeccionarion el plan de acogida. Pero, ¿fue en todos los casos un ejercicio de reflexión compartida, búsqueda de información, análisis de las necesidades y del contexto concreto del centro escolar? Como hemos dicho, antes de esta obligatoriedad, ya había iniciativas en los colegios, que habían de dar respuesta a una llegada masiva de alumnos de otros países, que desconocían los idiomas oficiales y que presentaban distintos grados de escolaridad en sus lugares de origen. Cuando se generalizó el plan de acogida, se neutralizó la innovación: pasó a ser una prescripción más. Con ello no quiero decir que estos planes no sirvieran; probablemente, muchos centros elaboraron documentos válidos, que podían ser aplicados a la realidad de cada día en los centros. Pero, al hacerlos obligatorios, se abría la puerta a cumplir con la obligación, sin más: queréis un plan, aquí lo tenéis. Y nada cambia en el entorno escolar. Una vez entregado, se acabó su influencia.
Yo mismo participé, como jefe de estudios, en la confección del plan de acogida de mi centro. Fue un intento por coordinar y centralizar las respuestas, y quedó un documento útil y digno, que aún hoy puede utilizarse, aunque la crisis económica haya hecho cambiar mucho las tendencias migratorias en España y ya no hablemos de incorporación masiva. Después llegaron otros planes, como el de convivencia, que ya no elaboré como directivo, sino participando como un miembro más del claustro. Lamento decir que, una vez hecho el plan, no se ha aplicado ni una sola vez, en los aspectos preventivos que contemplaba, y que son tan importantes como los punitivos o sancionadores, si no más, ya que éstos podrían evitarse si se trabaja la prevención adecuadamente. Y no creo que mi centro sea una excepción, desgraciadamente.
Después, como hemos dicho, se hicieron los planes de lectura, de mejora, de transición... Documentos que habían de ser entregados con un plazo cerrado, y que suponían, para gran parte del profesorado, una tarea añadida que no consideraban útil, sino una exigencia burocrática más. Era como hacer la memoria final de curso, o la programación general: papeles cuya finalidad era ser entregados a tiempo, para cerrar el año escolar o para organizar los aspectos formales.
Evidentemente, los documentos se plantean como una ayuda a la reflexión y a la planificación. Pero, en la práctica, la poca retroalimentación que surge, desde la administración educativa, y el escaso control sobre su aplicación efectiva, desactivan esta finalidad a nivel general; y los centros que se lo toman en serio no necesitarían de prescripción, porque ya han incorporado procesos deliberativos y elementos de revisión y control, para conocer la práctica y poder incidir en ella.
Por tanto, la generalización de planes no asegura la mejora de la calidad educativa, si no van acompañados de una supervisión eficaz por parte de la inspección educativa, que ha de darse durante todo el proceso, asesorando en su redacción, dando información relevante, potenciando las habilidades del claustro, y controlando, de la manera más oportuna, su implementación. De otro modo, los centros que funcionan correctamente seguirán haciéndolo, y aquellos con deficiencias organizativas o didácticas, no las corregirán con planes: éstos, una vez elaborados, se quedarán en el cajón.

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