jueves, 9 de octubre de 2014

¿Elogio del silencio?

He de confesar que me cuesta escribir este artículo. No por la complejidad del tema, algo descontado cuando queremos hablar de organizaciones, ni por ser parte de una de ellas -la escolar, como bien sabéis. Me cuesta porque este curso he sido objeto de una de las prácticas más extendidas en una institución: la represalia encubierta. Me he tomado mi tiempo para reflexionar, y que no fuera este texto un desahogo personal infectado por la ira o la impotencia. Eso, quizás, me habría servido a mí, pero no a mis lectores, muchos de ellos compañeros docentes, padres o alumnos de universidad que me honráis con vuestra lectura.
En realidad, creo que no es la primera vez. Creo que, por haber manifestado independencia de criterio ante inspección, mis opciones de alcanzar la dirección de un centro se han limitado bastante, al menos en esta dirección territorial. La renovación automática de directores hace el resto: profesionaliza por la puerta de atrás la dirección, sin crear un cuerpo separado de iure, pero sí de facto, limitando el acceso a tantos docentes que quieren una renovación del centro, o una legítima mejora profesional, al menos. A la vez, mantiene en el cargo a docentes cada vez más alejados de la práctica de aula y más burocratizados, repitiendo a pequeña escala el fenómeno que ya se da en la inspección educativa desde hace años. Y más pendientes de su superior inmediato, el inspector o inspectora, que de sus subordinados, puesto que su continuidad depende de la administración, no del voto de la comunidad escolar.
La LOMCE empeora la situación. Bajo un supuesto aumento de la autonomía de centros, fortalece la autoridad -el poder- de la dirección, como hemos podido comprobar en las instrucciones de inicio de curso de la Conselleria valenciana de educación. Ya no es preceptivo que el Consejo Escolar de Centro apruebe la Programación General Anual, sino que la conozca. La ha de aprobar el director, que podrá incorporar algunas sugerencias del CE y del claustro. Lo mismo ocurre con el horario general del centro, el plan de convivencia... Será complicado convencer a los padres para que se presenten a elecciones al Consejo Escolar, si su papel es el de leer y asentir -o disentir, evidentemente- pero sin otra capacidad de influencia. Los miembros del consejo se ven privados ya del voto sobre la PGA, que era un residuo del poder que una vez tuvo el CE, cuando elegía la dirección del centro, cuando se creía que la democracia escolar era posible y necesaria. Se permite, por el contrario, que el CE apruebe la memoria anual, lo que me hace sospechar de la inutilidad de este trámite burocrático, vaciado de consecuencias efectivas y de reflexión digna de ese nombre.
¿Y qué decir de los claustros? Es cierto que la diversidad es una característica de los mismos, tanto en la composición de sus miembros como tomados en conjunto. Pero, año tras año, van viendo cómo disminuye su autonomía en asuntos tan determinantes para el centro como quién lo dirige. Y, tal vez, un silencio melancólico o estratégico va apoderándose de muchos de ellos, que convierten sus reuniones en burocráticas lecturas de normativa o en preparación de actos comunes, los mínimos posibles, por supuesto.
Hannah Arendt, en La condición humana (libro que todo docente habría de leer, a pesar de no ser de educación), afirma que tomar la palabra, articular un discurso, es una manera de acción, de situarse en el mundo. De hecho, sin discurso no hay acción, sólo labor. No puedo estar más de acuerdo con esto. Un claustro que no debate, que no confronta, cae en la inacción, que llega a confundirse con la rutina sin demasiado sentido. Y a los que no nos gusta callar, o no sabemos, nos pasan cosas. Pero esto lo cuento otro día.

Sala de profesores: un retrato con sombras

Retomamos el blog con uno de sus epígrafes de más éxito, cine y educación. A lo largo de los ya casi doce años de esta aventura de opinar so...